El lugar de los libros*
Por Elisa Boland
Día Nacional del Libro
15 de junio de 2020
Un arquitecto especialista
en bibliotecas decía que cuando una persona con un libro va hacia la luz, comienza
una biblioteca. Me parece una buena frase para iniciar el tema de la
celebración.
Lectura y libro dialogan
entre sí y se dan sentido mutuamente. Ambos pueden ser múltiples y diversos, como
los lectores. Y si hablamos de libros, imposible dejar de tener en cuenta el
espacio físico que ellos mismos generan y el que se les otorga, estante, mesa
de luz, vitrina, cajón, hoguera, oscuridad…
Me aparecen imágenes
de pequeñas historias que ocurrieron hace tiempo y tendrán algo de personal,
algo de ficción, algo de todos.
Una bibliotecaria en
Formosa, contaba cómo al llegar a la biblioteca, que estaba en medio del monte,
debían estar atentos en cierta época del año porque las víboras solían dormir
en los canastos y estantes debajo de los libros y otras publicaciones.
Mi propio camino como
bibliotecaria comenzó con la “puesta en valor” del material que había en una
Biblioteca Popular de Villa Elisa. En aquel momento, eso significaba quitar el
polvo de cada libro, espantar los bichos
y correr telas de araña. Repararlos y ubicarlos en los estantes de manera que
fueran convocantes para los usuarios. Fue un modo cierto de apropiarme de los
libros del lugar y de la profesión.
Había una biblioteca
infantil en Osaka, que disponía de un lugar especialmente diseñado para la
lectura de cuentos. Por tradición, antes de comenzar se encendía una vela cuya
tenue llama acompañaba hasta finalizar la historia. Cuando me asomé a la sala,
alguien se acercó para decirme que unos días antes la emperatriz había estado
leyendo cuentos a los niños y niñas y se había sentado en esa pequeña silla
roja de madera y paja que yo estaba observando.
Me gustaría darle
lugar a esos libros que nunca sabemos dónde ubicar y terminan muriendo en el
sector que la tabla de clasificación presenta como Misceláneas. Motivo de
charlas entre bibliotecarias, una zona insondable, y que puede rayar lo cómico.
Nada abruma más y causa tanta gracia como un bibliotecario perdido en las
Misceláneas. Por eso, quería aprovechar la ocasión para reinventar ese sector, y
que deje de ser un limbo.
En la época de la dictadura
se prohibieron libros infantiles, La
torre de cubos, por exceso de fantasía, Un
elefante ocupa mucho espacio, por subversivo, Los zapatos voladores, cuyo protagonista era un cartero al que no
le alcanzaba la plata para comprarse zapatos…también El pueblo que no quería ser gris…
Entre las
sombras y la luz aparecen libros. Contaba Pascal Quignard “que los dos primeros
miedos, prehumanos, tienen que ver con la oscuridad y la soledad. Nos gusta
hacer acudir a voluntad un poco de compañía y de luz ficticias. Son las
historias que leemos y que por las noches tenemos entre manos.”
*El texto fue publicado
en la página del Cedinci (Centro de Documentación e Investigación de la Cultura
de Izquierdas) para recordar el día Nacional del libro.
Esta celebración nacional
comenzó en Argentina el 15 de junio de 1908 como «Fiesta del Libro». En aquella
ocasión se entregaron los premios de un concurso literario organizado por el
Consejo Nacional de Mujeres. En 1924, el Decreto Nº 1038 del Gobierno Nacional
declaró como oficial la «Fiesta del Libro».
El 11 de junio de 1941, una
resolución Ministerial propuso llamar a esa conmemoración «Día del Libro»,
expresión que se mantiene actualmente para la celebración nacional. Además,
Argentina conmemora el Día Internacional del Libro, cada 23 abril, en recuerdo
del fallecimiento de Miguel de Cervantes, William Shakespeare y el Inca
Garcilaso de la Vega.