Edith Sitwell, una dama excéntrica
Edith Louisa Sitwell nació en el seno de una familia aristocrática en Scarborough, Inglaterra, el 7 de septiembre de 1887. Si bien nunca tuvo buena relación con sus padres, mantenía un contacto cercano con sus hermanos, ambos escritores de reconocido prestigio, con quienes llegó a formar el grupo literario conocido como The Sitwells.
En su extenso poema The Sleeping Beauty publicado en 1924, evoca tanto la belleza del entorno natural donde pasó su juventud como la soledad y abandono sufridos por parte de un padre extravagante y una madre a la que desagradaba profundamente el físico de su hija.
En cuanto pudo, Edith se marchó del hogar familiar y se trasladó a un apartamento pequeño que compartía con su institutriz. Su primer libro La madre y otros poemas apareció en 1915, y ya se hacía notar su deseo de explorar formas nuevas, alejadas de la tradición.
En su extenso poema The Sleeping Beauty publicado en 1924, evoca tanto la belleza del entorno natural donde pasó su juventud como la soledad y abandono sufridos por parte de un padre extravagante y una madre a la que desagradaba profundamente el físico de su hija.
En cuanto pudo, Edith se marchó del hogar familiar y se trasladó a un apartamento pequeño que compartía con su institutriz. Su primer libro La madre y otros poemas apareció en 1915, y ya se hacía notar su deseo de explorar formas nuevas, alejadas de la tradición.
Poeta, ensayista, antóloga, famosa por sus excentricidades. En 1916 comenzó a dirigir Wheels, una antología anual de poesía moderna que se oponía al naturalismo incoloro de gran parte de la poesía georgiana. Edith escribió varias obras en prosa, aunque solía decir que sólo lo hacía por dinero, ya que prefería la poesía y le encantaba recitar, como muestra su gira por los Estados Unidos en 1948 creando grandes espectáculos para cada ciudad que visitaba.
Trabajó como profesora visitante en el Institute of Contemporary Arts y en 1958 la nombraron vicepresidenta de la Royal Society of Literarture, además de varios doctorados honoris causa de las universidades de Leeds, Oxford, Sheffield y Durham.
Ya en los años cincuenta, la popularidad
de Edith Sitwell empezó a declinar, en parte por los comentarios despectivos de
los críticos en boga y en parte por un cambio en los gustos del público. Frente
a los nuevos ideales y nuevas voces, en la preferencia por los temas cotidianos,
en el cultivo del lenguaje sencillo, en el repudio de todo intelectualismo y
afectación. Las últimas producciones de Sitwell, con su estilo, oscuro y pomposo,
podían parecer fruto de una retórica
artificial y vacía; sin embargo, sus poemas continuaron formando parte de las
antologías contemporáneas.
Su
influencia ha sido constante incluso después de su fallecimiento, en la sociedad y la cultura pop, así como referente poético y artístico. Se la menciona en
varias novelas y canciones. En la película Corazón de tinta (2008), basada en el libro de fantasía escrito por Cornelia
Funke, la protagonista, Helen Mirren, para interpretar a Elinor
Loredan, se inspiró en la persona de Edith Sitwell, lo que queda
reflejado en el vestuario que se preparó para ella en la película. Otro ejemplo, en 1991, Morrissey usó la imagen de Sitwell como telón de fondo del escenario
y diseño de camisetas durante su gira «Kill Uncle».
Dame Edith Sitwell cuyos máximos placeres fueron la música y el silencio falleció en Londres el 9 de diciembre de 1964.
¿DE QUÉ SIRVE LA POESÍA?
Por Edith Sitwell
De vez en cuando se levanta por el mundo, en Inglaterra
principalmente, un griterío contra la inutilidad del arte en general, y de la
poesía en particular. No concibo ese clamoreo. ¿Por qué, necesariamente, todas
las cosas del mundo han de rendir utilidad? Desde luego, si la belleza de la
poesía es la de la azucena, parece inaudito preguntar de qué sirve la poesía,
como lo fuera preguntar para qué sirve la religión.
Los beneficios de la poesía son muchos. El poeta anda del brazo con el sacerdote en la obra de rescatar a las gentes para la fe en Dios y en el corazón humano, en esta época despiadada en que la única fe perceptible es la de los credos cínicos y crueles.
Emerson decía de Platón que sólo "él, desde su posición
central, como la del sol en nuestro cielo, y con todo el alcance de su visión
espiritual, podía tener una fe sin sombra de duda". Lo mismo se puede
decir de un gran poeta. Así fue en el pasado y lo es también en nuestros
tiempos, en los que tantos hombres, bajo el influjo de las circunstancias del
ambiente mundial y de sus propias vidas, padecen una debilitación trágica o una
pérdida total de la fe. La poesía nos ayudará a todos a mantenernos
inmutablemente centrados.
Ante el soberbio edificio de la creación, en que cada imagen de maravilla refleja otra imagen maravillosa (el paradigma del helecho o la pluma copiado en la escarcha de la vidriera, los seis rayos del copo de nieve reproducidos en la eternidad exarradial del cristal de roca) yo me pregunto: ¿Han sido esas estructuras diseñadas por la ceguera? ¿Quién, entonces, podrá imbuirme la duda?
El poeta habla a todos los hombres de aquella su otra vida
que tienen sofocada y olvidada. El poeta ayuda a sus hermanos, los hombres, a
ser más compasivos los unos para con los otros, recordando las dulces palabras
"Amaos los unos a los otros".
Para Shakespeare, por ejemplo, el más insignificante ser
vivo tiene derecho al sol.
La poesía ¡sirve para tanto!... La poesía es la deificación de la realidad. Un poeta (de la calidad de Wordsworth, verbigracia) nos enseña que Dios está en toda cosa, en la hierba, en la piedra. La razón y la tranquilidad eran los ángeles compañeros de Wordsworth cuando él andaba por un mundo cotidiano vulgar, transformado en espectáculo resplandeciente por la llama de su genio, que iluminaba todas las cosas sin alterarlas. No había frente a él más que los dichos comunes y los hechos comunes, pero todos convertidos en radiantes y perdurables por la inspiración. Porque Wordsworth poseía el calor de la tierra y el del corazón humano; y con ese fuego genial, el del corazón más que el del alma, le había quitado a la razón toda su frigidez.
La tierra y cuanto miro
me aparece bañado
de fulgor celestial
La poesía ennoblece el corazón y los ojos y revela el
significado de todo lo que perciben los ojos y el corazón. Descubre el secreto
latir del universo y nos devuelve los paraísos olvidados.
Decía Walt
Whitman que "todas las verdades están esperándonos en todas las cosas,
prestas a desplegarse más fragantes que las rosas en sus ramos vivos, siempre
que las contemplemos a un sol primaveral con humedad de lluvia de verano. Mas
ese sol debe arder en uno mismo, ha de ser el amor".
Yo desearía que todos participaran del arrobamiento del
poeta. En algunos aspectos (lo digo con profunda humildad) la misión creadora
del poeta se parece a la del santo. No creo que nadie que ame la poesía pueda
tener fea el alma. Defectos humanos, sí. El alma, empero, dará resplandores.
¡Gentes necias las que afirman que los poemas hechos sin más
fin que el amor a la belleza son fútiles como las mariposas! Cuando al gran
naturalista del siglo XVII John Ray, alguien le preguntó: "¿Para qué
sirven las mariposas?", repuso: "Para adornar el mundo y deleitar los
ojos de los hombres; para alegrar el campo cual si fuesen orlas y lentejuelas
de los predios". Y aun añadía respecto a esas lindas criaturas de Dios:
"¿Quién puede contemplar su belleza exquisita y no reconocer y adorar los
trazos de un arte Divino señalados en ellas?". También los poemas a que
aludo, esas mariposas salidas de la mano del hombre, llevan los toques del arte
humano sobre sus alas.
Quiero aquí considerar un problema que muchos han planteado. ¿Por qué no es mayor el número de los que gustan de la poesía moderna? Veo dos razones para ello. La primera es la de que se lancen hoy como versos tantos ripios inaguantables y que sean atolondradamente jaleados por los críticos. El infortunado lector sometido a semejante atosigamiento concluye que, si eso es poesía, él no quiere ni verla. Y así se apartará igualmente de la verdadera poesía que le haría el mundo bello. La otra razón es que hay muchas personas que tienen una manera hereditaria de ver y oír o quizás cierta insensibilidad al ritmo.
Quiero aquí considerar un problema que muchos han planteado. ¿Por qué no es mayor el número de los que gustan de la poesía moderna? Veo dos razones para ello. La primera es la de que se lancen hoy como versos tantos ripios inaguantables y que sean atolondradamente jaleados por los críticos. El infortunado lector sometido a semejante atosigamiento concluye que, si eso es poesía, él no quiere ni verla. Y así se apartará igualmente de la verdadera poesía que le haría el mundo bello. La otra razón es que hay muchas personas que tienen una manera hereditaria de ver y oír o quizás cierta insensibilidad al ritmo.
Yo en mi juventud y otros poetas de mi edad nos divertíamos
bastante con los artículos de nuestros poco enterados mayores, acerca del uso
de la rima. "¿Por qué-nos interrogaban-no riman como Tennyson estos poetas
nuevos?" Si a nuestra vez les preguntábamos que particular poema de Tennyson desearían que emulásemos nos mencionaban invariablemente: "Tears,
idle tears" (Lágrimas, ociosas lágrimas), en el que, precisamente, no hay rima.
Nos juzgaban sólo de oídas, sin leernos. Toda poesía libre
hábilmente hecha se desliza tan cadenciosamente que en el caso de las
composiciones más populares les suena a los profanos como rimada. Júzguese por
estas líneas de un poema moderno:
Así las blancas nubes:
Surcan la fresca tersura y la sombra risueña,
Peinándose acaso las cándidas plumas rehusadas al vuelo.
Flotad, ufanos cisnes, en la calma del lago
Y agitad vuestras alas inválidas en el puro aire azul.
Arquead luego el cuello, buceando en la hondura por perlas.
Bebed ahora el rocío de los árboles próceres y las pinas
laderas del Cielo.
Prevenid el calor de mañana allegandoos nueva frescura.
Y dormid en la noche suave, plegadas las alas.
¿No suenan estos versos como si estuviesen rimados? Ya he
dicho en el prefacio de mis Collected Poems ("Poemas completos") que
el ritmo es uno de los grandes traductores del ensueño de la realidad. El ritmo
podría decirse que es al mundo del sonido lo que es la luz al de la visión.
Moldea y da un nuevo significado. Schopenhauer lo definió como "una
melodía privada de su timbre". "Todo gran poeta -decía Schelley- debe
inexcusablemente innovar, y superar a sus predecesores con la estructura exacta
de su versificación propia". Se advierte hoy oposición grande a la
revivificación de los viejos modelos del ritmo. ¡Y qué mucho, cuando hasta los
más excelsos modelos rítmicos no debidos a la mano del hombre se han entendido
alguna vez tan torcidamente. El doctor Tomás Burneo (fallecido en 1715) sentía
tan grave contrariedad ante la disimétrica colocación de los astros que le
reprochó al Creador su falta de técnica. "¡Qué hemisferio más hermoso
hubieran las estrellas formado -exclama Burneo- si a todas se las hubiese
dispuesto en figuras regulares, todas bien pulimentadas, e integradas en una
obra perfecta o grandiosa composición, de acuerdo con las reglas del arte y la
simetría!". Cuando ciertas gentes no protestan contra la falta de
simetría, refunfuñan contra ella. Por ejemplo, un crítico inglés ha sentenciado
que no vale quizás la pena de ocuparse de Milton. El son de una gran parte de
los versos de Milton le hace a este caballero el efecto que a mis nervios,
menos sensibles, les hace el estrépito de una motocicleta.
Mi ardiente esperanza es que el lector decida ir a encontrar
la poesía por sí mismo y no se desaliente porque ciertos críticos le aconsejen
no buscar en los versos deleite sino instrucción, o traten de hacerle ver en un
poema cosas que no hay en él.
No poca diversión, en cambio, sin el menor asomo de
vulgaridad, podremos sacar de la lectura de estos críticos, si no los tomamos
en serio ni dejamos que, con su engreimiento, nos irriten hasta la
desesperación. F.W. Bateson, verbigracia, crítico inglés, afirma que la An Elegy
Written in a Country Churchyard ("Elegía escrita en un cementerio
rural") de Gray, "es un alegato a favor de la
descentralización". Ese mismo señor ha dicho que Tennyson padecía de
esquizofrenia, y que no se insista en que proporciona deleite la poesía:
"Insistir en que posee la virtud de deleitarnos es un género de
perversidad". ¡Afortunadamente, el deleitarse en la belleza no es todavía
un delito penado por la ley!
Uno de los fines de la poesía es mostrar las dimensiones del
hombre (que, según sir Arthur Eddington, se hallan "intermedias entre las
del átomo y las de la estrella") y hacer santos todos los días y todos los
momentos de nuestra vida.
En cierta carta de Picasso, tenida por apócrifa, publicada
originalmente en un periódico de Moscú se supone haber dicho el famoso artista:
"Existen pintores que transforman el Sol en una mancha amarilla, pero hay
otros que, por la virtud de su arte y de su inteligencia transforman una mancha
amarilla en un sol". ¿Cuál de esos dos trabajos es el más eminente e importante?
Sin embargo, muchos individuos se indignan cuando alguien transforma el borrón
amarillo en sol. Es un engaño, nos dicen: el artista no ha trabajado sobre un
gran tema. ¿Por qué ennoblecer lo vulgar? ¿Por qué mostrar nuestra vida
ordinaria como si tuviera algún propósito más allá de la tumba?
La poesía es Amanecer Espléndido a cuya luz los seres que
vemos pasar por la calle se transforman para nosotros en compendios de toda
belleza, de toda alegría, de todo pesar.