Cuarentena 2020


Un silencio de perros


Me asomo a la ventana. Son las veinte horas, parecen las tres de la madrugada. Un hombre caminando con un perro.

A la mañana, alcanzo a ver cómo se va armando, lentamente, la fila de espera para entrar al supermercado. Ausencia de ruidos habituales.

Día dos, el mismo silencio de ayer. Puedo oír el sonido de las hojas que caen y se mueven en el asfalto por una brisa que apenas se levanta y las levanta y las hace caer otra vez. Un joven y su perro negro pasan. Otro joven, otro perro, mira hacia el supermercado y se detiene a conversar con el empleado de la Seguridad.

Esta mañana una mujer con su perro o perra, no puedo distinguir desde el tercer piso, van por la vereda de enfrente.

Dijeron por Facebook que abandonaron perros en otro barrio, también dijeron que roban perros para poder salir a la calle o los alquilan.

Día tres. Un hombre camina con dificultad, igual que su perro, están viejos los dos. Vienen por la avenida, veo que un niño viene caminando con un cócker blanco y negro por la calle a paso rápido, casi corriendo, calculo el tiempo y la distancia y creo que se cruzarán cuando lleguen a la esquina. Efectivamente, se cruzan justo en el ángulo, siguen, uno lento, el otro rápido.

Una mujer con dos bulldog francés, camina muy despacio llevando uno a cada lado con largas correas, nadie más que ella y sus animales. Avanza  por la zona de penumbra de la vereda. Se aleja.  La sigo con la mirada, se pierde en la oscuridad.

Me gusta ver la copa de los árboles y sentir el aire que entra a la habitación. No hay mucho más… o cerrar los ojos y evocar otro paisaje.

Mañana del cuarto día. Temprano. Una mujer pasea a su caniche blanco. Hace calor, como en una mañana de verano. El tiempo transcurre sin preguntarme, no me pesa.

¿Qué día es hoy?

A veces leo, pero la lectura en este momento no es refugio, ni salvación, ni evasión, ni compromiso con el tema que nos toca. La lectura ahora es ir y venir, espiar. Las lecturas son ¡Eurekas! fugaces. 

Son las nueve y algo más de la noche, ya fueron los aplausos, hora de comer.  Estoy en la cocina. Parece la madrugada, silencio enorme. Se oye el ladrido de un perro a lo lejos, como en el campo, pero estamos en el centro geográfico de Buenos Aires. Arturo, nuestro labrador negro, estaba sobre su colchón, levantó la cabeza y se puso atento, volvió a echarse. Creo que está aburrido.

Cuando todo comenzó, estuvo desconcertado los primeros días, su rutina de paseo con la manada se interrumpió y él quedaba en “modo espera” por un rato largo. Después se acomodó a la nueva rutina.

Hoy saqué  a “pasear” a Arturo. Caminamos unas dos o tres cuadras, por calles solitarias, formidable viaje. Me animó salir, sentir el aire y el sol, pero especialmente acompañada por el perro. Él supo hacer de ese recorrido tan necesario algo más normal, le quitó un poco de inquietud y velocidad a mi estar en este mundo. Él se demoraba oliendo y cumpliendo con su fisiología, sin apuro, como si no existiera la cuarentena.

Disfruté mirando las copas de los árboles desde abajo, los que aún tienen hojas. Coníferas verdes, fresnos amarillos. Caminé sobre las hojas caídas. No tengo recuerdo de un otoño tan precioso.

De regreso, un patrullero rompió el silencio con un altavoz instando a no salir de las casas, como en las películas de ciencia ficción.

¿Qué día estamos transcurriendo? ¿Desde cuándo hay que contar? Creo que no voy a seguir contando, en ninguna acepción del contar. La vida sigue sucediendo, aún sin nosotros y con más silencio, sólo un poco.