Horacio Zabaljáuregui (América,
Provincia de Buenos Aires, 1955)
y las otras,
plebeyas que uno caza a golpes
de rama,
cortando el aire.
Las mariposas escanden lo
abierto del verano.
Su vuelo puntea errancia
en un pentagrama invisible.
Una tarde cacé una limonera:
aerodinámica,
fileteado amarillo sobre terciopelo negro,
la cola como una coupé Impala,
con las alas abiertas apenas
cabía dentro del frasco de mermelada.
La esperé como en otras tantas
tardes,
cerca del limonero fragante,
para contemplarla
(¿sería siempre la misma?
¿Un avatar limonera que en la
repetición aseguraba la continuidad
del sol en lo alto del cielo?)
Ahí estaba volando distraída.
Con descuido aristocrático, se
entregó a la captura.
Le di flores que ignoró. Mostré
el trofeo a cuantos pude.
Pegaba los ojos al vidrio como
un gigante primitivo
esperando vaya a saber qué
revelación.
La mariposa exploró desdeñosa la
prisión y cerró las alas.
Mi entusiasmo se apagaba.
La limonera me contagio su
aburrimiento.
Cuando el sol empezaba a caer,
abrí la tapa con hendiduras,
y se fue deslizando fuera del
frasco.
Aturdida,
en un momento sublime,
se paró sobre mi índice derecho
como un ave de cetrería.
Agitó las alas para disponerse
al vuelo:
la vi irse,
desplegada, suntuosa;
ese camafeo ondulante
trazó
por única vez y para siempre
el límite
entre el crepúsculo y la noche.
En: Zabaljáuregui, Horacio.
América. Buenos Aires : Bajolaluna, 2014.