Eavan Boland Notas homenaje


Eavan Boland (Dublín 1944-2020)
Por Sofía Blasco López
Publicado por Chubasco en primavera, el 31 de marzo de 2020

Eavan Boland - Alchetron, The Free Social Encyclopedia

En su ensayo “Can Poetry Console a Grieving Public?”, Boland retoma una anécdota relatada por su padre: una mañana de 1920 en la región de Connemara se encontró con el espectáculo de un bote partiendo a Liverpool siendo despedido por un grupo de las caoine irlandesas, un grupo de mujeres plañideras, que por una módica suma lloraban la partida de los emigrantes.  Boland retoma la imagen de estas mujeres para responder a la pregunta: ¿la poesía es, de hecho, tan consoladora como una performance de dolor o duelo? O lo que es lo mismo, ¿es un género que ayuda a confrontar la pérdida y superar la tristeza? Boland orienta su búsqueda de respuestas usando la brújula de la anécdota de su padre, y encuentra a las plañideras no como una expresión de dolor sino más bien como un teatro de ésta, un ritual que ni resolvía ni disminuía la angustia de la pérdida, era una manera de dar forma a un dolor colectivo. Pero esta consideración plantea para ella nuevas preguntas: ¿nuestros poetas pueden formular el dolor colectivo? Y más aún, ¿la sociedad puede siquiera confiar en la imaginación privada del poeta?

Boland se responde a sí misma: si el poeta puede mantenerse cercano a la idea de esas posesiones imaginarias -que son posesiones en tanto pueden ser perdidas-, entonces puede representar su pérdida. El problema, sin embargo, es que la poesía ha privilegiado la defensa de la imaginación privada por un lado, y resistido las obligaciones de la colectiva.

La autora concluye que no tiene respuestas, mas sí opiniones: si la poesía no hace referencia al dolor colectivo de alguna manera, entonces corre el riesgo de abandonar uno de sus grandes roles y géneros, que es la elegía. Los orígenes de la elegía son sagrados y públicos, y éstos dieron forma al poeta e identidad a la poesía; por lo tanto, si el poeta desmantela esa serie de referencias, puede llegar a cometer el error de dejar sin imaginar y sin plasmar las experiencias de su generación.

La puesta en acción de esta conceptualización del alcance de las funciones del poeta se pueden ver en práctica en uno de sus poemas que, curiosamente, nos interpela en nuestro presente: “Quarantine”, escrito en 1944. En “Quarantine” Boland tematiza uno de los períodos más oscuros de la historia de Irlanda: la Gran Hambruna de 1845. El poema narra en un registro casi documental cómo una pareja es obligada abandonar su poblado después de que la mujer contrae tifus, constituyendo así no sólo una forma de documentación de las consecuencias de la Gran Hambruna sino también un poema de amor atípico, donde se dice explícitamente que “Aquí no hay lugar para la inexacta / alabanza de las gracias fáciles y la sensualidad del cuerpo. / Sólo hay tiempo para este inventario sin piedad.”

Fuentes:
  • BOLAND, Eavan (2006). “Can Poetry Console a Grieving Public?”.
  • BOLAND, Eavan (1944). “Quarantine”.
https://poets.org/poem/quarantine


Eavan Boland, la poeta irlandesa que murió el 27 de abril, convirtió la poesía en algo público, memorable, a lo que está invitado cualquier lector.

Por Cruz Flores para Letras libres, 28 de abril de 2020

Una de las cosas que acompañan mis frecuentes desvelos de ansiedad pandémica es un poema de Eavan Boland, apropiadamente titulado “Quarantine.” En él, evoca la muerte de una pareja debido a la gran hambruna irlandesa, a la que se refiere como “las toxinas de una historia entera.” El abrazo más allá de la muerte, la transmisión de calor que hubo entre los dos cadáveres, es vista como una expresión de amor aplastada por lo inmisericorde de la realidad: “Their death together in the winter of 1847. / Also what they suffered. How they lived. / And what there is between a man and woman. / And in which darkness it can best be proved.” [Su muerte conjunta en el invierno de 1847. / También lo que sufrieron. Cómo vivieron. / Y lo que existe entre un hombre y una mujer. / Y en qué oscuridad encuentra su mejor prueba.] En esos últimos cuatro versos del poema traslucen las características más llamativas de su trabajo: la atención a cómo los procesos históricos se filtran en la vida cotidiana, un verso inteligente construido con total simplicidad, y una perspectiva declaradamente feminista de lo que la mujer tiene que decir frente a una tradición lírica –y una historia entera– dominada por los hombres.  

Boland escribió siempre desde la perspectiva subalterna, bordeando los grandes discursos políticos y las declaraciones sumarias del public poet yeatsiano sin olvidar las herramientas retóricas del mismo. Como en el Yeats tardío, su trabajo es evidentemente político, pero desde una posición muy distinta: donde el gran poeta de la modernidad irlandesa se expresaba como un profeta, mirando los acontecimientos desde una distancia remota, la dublinense observa desde las cosas pequeñas como la casa, el intersticio entre dos cuerpos, una pintura decorativa, un mueble. Esto queda claro en sus principales colecciones, como In a time of violence Outside History. Poemas como “The dolls museum in Dublin”, donde mira las grietas en un juguete como las grietas de la misma historia, o “In which the ancient history I learn is not my own”, donde observa la paradoja de aprender sobre geografía irlandesa en un mapa producido en Inglaterra, atestiguan que su mirada se fija en lo que apenas está, en lo que casi no se atiende.

Como un chifonnier benjaminiano, Eavan Boland observaba los grandes movimientos políticos, los instantes de violencia, en las cosas desechadas por la cultura. Sin embargo, su estrategia no queda solamente en la extrapolación, sino que la usa como plataforma de despegue para ejercer complejas meditaciones sobre el lenguaje mismo, sobre el género, y sobre la condición de la escritura poética como forma de arte. Sus habilidades líricas le permitieron atender todos estos intereses sin descuidar el lenguaje, que mantiene con una sonoridad memorable sin caer en la saturación o el engolosinamiento; para usar sus palabras, el verso bolandiano es “ligero, lineal, planeado precisamente”, como una telaraña que soporta varias veces su peso. En su oficio se observan marcas de Ted Hughes, W.H. Auden y, sobre todo, Seamus Heaney, figura central de la poesía irlandesa post-Yeats, así como de su convivencia con poetas de su propia generación. Junto con Paul Muldoon, Nuala Dí Domhnall y Paula Meehan, Boland fue parte de un grupo de poetas que siguió el camino político-intimista trazado por el Heaney de sus primeros tres volúmenes y lo llevó por derroteros muy distintos, aunque con el común denominador de convertir la poesía en algo público, memorable, a lo que está invitado cualquier lector.

En la editorial de su último número a la cabeza de Poetry Ireland, Boland escribió que “la vida del poeta es siempre una invocación para intentar establecer algo que una vez fue verdad y lo seguirá siendo. Ningún poeta debería preocuparse por el respeto público, o la falta del mismo, en que se tenga este arte.” Nosotros que escribimos en un tiempo extraño, y que intentamos hablar de poesía mientras estamos bombardeados por una violencia psicológica constante, haríamos bien en recordar estas palabras. La  “verdad” a la que se refiere este texto ya no es la “verdad” de los grandes discursos, ni la seguridad con la que Yeats atendió sus visiones, ni la cadena humana de un devenir histórico que imaginó Heaney, sino algo más complejo y fragmentario, que nunca podríamos abordar efectivamente. La verdad de la poesía es, a fin de cuentas, la recuperación de un instante minúsculo y solitario, donde el lector o el escucha se encuentra con “algo” en el poema y se siente transportado a otro lugar, o de menos, siente que las defensas de su vida cotidiana han sido vulneradas por algo tan sencillo, a la vez que insondable, como el lenguaje. Esos encuentros con algo que está más allá de nuestra inmediatez son lo que más necesitamos ahora.

Al enfrentarse con el tema de la muerte en su poesía, Boland no podía evitar contemplarla en términos históricos, a veces como un deseo para recobrar la potestad sobre uno mismo (“A woman painted on a leaf”), a veces como otra parte de un proceso continuo (“A journey”), y a veces como el acontecimiento motor de una nueva memoria. La transmisión oral, el acto de contar historias para que otros vuelvan a hacerlo, es uno de los motivos capitales de la cultura irlandesa, acaso la razón por la que la literatura del país ha sido tan fecunda históricamente. Nuestra poeta da testimonio de ello en mi poema favorito de In a time of violence, titulado “Legends”, del cual recupero las dos últimas estrofas para dar este homenaje por concluido :

Our children are our leyends.
You are mine. You have my name.

My hair was once like yours.
And the world
Is less bitter to me
Because you will retell the story.

[Nuestros niños son nuestras leyendas. / Tú eres la mía. Tienes mi nombre. / Mi cabello fue una vez como el tuyo. // Y el mundo / me es menos amargo / porque tú volverás a contar la historia.]